Las palabras de Lucero Zamora son excepcionales porque narran una situación habitualísima que las víctimas comentan sólo con los amigos. Muchos catalanohablantes tienen en el cerebro un chip que hace que, en cuanto notan un mínimo acento en la voz de la persona que se les dirige en catalán, cambian inmediatamente de lengua y les hablan en castellano. Creen que es un gesto cortés pero pocas cosas hay tan descorteses hacia alguien como rechazar su interés por expresarse en la lengua del país donde está. Hace un par de años estaba en un bar de mi barrio y entró un chico de veintipocos años. Saludó –"Bon dia"– y pidió a la propietaria "un entrepà de tonyina". Como tenía un ligero acento, no sé si brasileño o portugués, la dueña, catalanohablante, le habló en castellano todo el rato, mientras el cliente –portugués o brasileño– le hablaba catalán a ella, y ella hablaba en catalán al resto de clientes: a todos menos a él. Demencial.
Inconscientemente o no, es una forma rotunda de decirle a alguien: no hagas ningún esfuerzo por hablarme en catalán porque ahora mismo levanto una barrera y te trato y te trataré siempre como forastero no bienvenido.
Deben creer eso les hace quedar como cosmopolitas. Lucero Zamora es peruana, y he visto la misma actitud con amigos ingleses, guineanos, norteamericanos, marroquíes, italianos, rusos... Si les detectan un acento o unos rasgos que consideran forasteros, nada de hablarles en catalán. ¡Faltaría más! De hecho lo que les están diciendo es que no se esfuercen, que a su casa –a la casa íntima de todo ciudadano que es su lengua– no los invitarán nunca. Es, pura y simplemente, racismo.
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